El Gobierno de las Emociones
Tradicionalmente, se creía que la razón dictaba nuestras acciones. Sin embargo, investigaciones recientes demuestran que las emociones son los móviles principales de la acción, no la razón por sí sola.
Como sostiene Victoria Camps, "la ética no puede prescindir de la parte afectiva o emotiva del ser humano" porque una de sus tareas es organizar y dotar de sentido a nuestros afectos y emociones. La ética no ignora la sensibilidad ni se empeña en reprimirla, sino que busca encauzarla en la dirección adecuada.
Filósofos como Aristóteles, Spinoza y Hume coincidieron en que no es posible construir una ética sin tener en cuenta los sentimientos. Consideraron que la razón y los sentimientos se alimentan mutuamente, y que son los sentimientos los que motivan el comportamiento.
Aristóteles y la Construcción del Carácter
Para Aristóteles, el carácter se construye a través de la adquisición de virtudes. Nadie nace sabiendo ser feliz, sino que debemos aprender a serlo, y esto implica desarrollar hábitos virtuosos. La virtud está en "el término medio", en la moderación que huye de los extremos.
Spinoza y la Fuerza de los Afectos
Spinoza distingue entre afectos alegres (que aumentan nuestra potencia de obrar) y afectos tristes (que la disminuyen). Su imperativo ético consiste en potenciar al máximo los afectos alegres y evitar los tristes. Para Spinoza, el conocimiento de las causas de lo que nos afecta nos permite transformar afectos paralizantes en potenciadores de acción.
Hume y el Sentido Moral
Hume afirmó que "la razón es esclava de las pasiones". Lo que mueve a actuar es la pasión, no la razón. Para él, la moral procede del sentimiento, particularmente de la simpatía (capacidad de compartir los sentimientos de otros).