Los caminos se cruzan
Años después, en 1822, Dorel se había convertido en un virtuoso violinista que ofrecía conciertos en Madrid. Una noche, después de una actuación, una elegante dama llamada Raquel Fontezo y Cabrera fue a felicitarlo.
En el camerino, Raquel vio el espejo y lo reconoció inmediatamente: "¿Por qué tiene usted el espejo de Atima Imaoma?" Sorprendido, Dorel le contó cómo lo había adquirido.
Para Raquel, encontrar el espejo fue una señal del destino. Había vivido una vida privilegiada pero vacía, y ahora, enferma, había decidido cumplir su promesa de buscar a Silencio. Dorel le regaló el espejo, convencido de que era lo correcto.
"Con estos pequeños sacrificios, el joven músico esperaba lograr que las moscas venenosas, los moros y los gitanos se alejaran de sus días."
Raquel viajó a Mendoza con el espejo. En la hacienda donde habían enviado a Silencio, descubrió que Atima Imaoma había fallecido, pero tenía una hija llamada Atima Silencio, quien también había escapado.
En el cementerio donde descansaba Atima Imaoma, Raquel encontró a Atima Silencio, que había regresado agotada por las dificultades de la libertad. Le ofreció vivir con ella como su doncella, pero esta vez con un pequeño pago, reconociendo su condición de persona libre.
"—El amo de la hacienda tenía razón. La libertad es muy dura para nosotros, señora. Y estoy cansada.
—Es dura, sí."
Raquel le entregó el espejo, cerrando así un círculo que había comenzado años atrás.